
No había caído en este fenómeno hasta que un avezado lector del
blog, Vicent Pla, me advirtió de ello. Este buen hombre me envió un mail
contándome la "guerra contra el todo a la nevera" que mantenía con su
familia. "Víctimas del 'cuanto más, mejor', guardan hasta las aceitunas en
el frigorífico. Y este fin de semana me enteré de que una amiga mete allí hasta
el arroz. El arroz sin cocinar, en el paquete".

Lo cierto es que hay actos de “neverismo” que podrían considerarse
criminales desde un punto de vista gastronómico. El ejemplo más claro es el del
tomate. El frío daña las membranas interiores del fruto y convierte su pulpa en
una pasta insípida y pastosa. Mejor tenerlos a temperatura ambiente, y en caso
de haber cometido el error de meterlos en la nevera, dejarlos un día fuera
antes de comerlos, que algo de sabor recuperan. Todo esto no lo digo yo, sino un sabio científico de la comida como Harold McGee.
Aunque no sufren tanto como el tomate, en general los frutos
veraniegos (melocotones, melones, nectarinas, berenjenas, calabacines,
pimientos) no llevan demasiado bien lo de vivir un súbito invierno en el
refrigerador, y palman en sabor y textura a menos de 10 grados. Siempre que
sean piezas enteras y en buen estado, yo intento tenerlos fuera de la nevera.
Si se puede, lo mejor es comprar en cantidades no muy grandes para que no se
pierdan, tratando de huir de la cultura de la megacompra mensual en el
hipermercado. ¿Dónde nació ese modelo? En Estados Unidos. ¿Y cómo son allí las
neveras? Monstruosamente grandes.

Hay hortalizas que se pueden y se deben almacenar fuera de la
nevera, como las patatas, las cebollas o los ajos. En la nevera, los almidones
de la patata se convierten en azúcar por el frío, por lo que su sabor cambia.
El truco es tenerlas siempre a oscuras: para ellas y para las cebollas y los
ajos, yo uso unas bolsas opacas de tela que se
cuelgan de la pared. Son baratas y de verdad que funcionan.
Un error muy frecuente es el de meter el pan o la bollería en la
nevera. Al contrario de lo que parece, envejecen más rápido allí que en una
panera sobre la encimera de la cocina. Si se quieren conservar más de un par de
días, lo mejor es congelar en rebanadas o trozos pequeños e ir descongelando en
el tostador o a temperatura ambiente. Los quesos secos tampoco hay por qué meterlos
en la nevera si se consumen con cierta rapidez y se dispone de un lugar fresco
en casa donde se puedan guardar envueltos en papel. De hecho, comerse un queso
de este tipo recién salido del frío es un asesinato gastronómico similar al del
tomate.

Meter cereales, legumbres, frutos secos, conservas (salvo las
semiconservas de anchoas, que sí requieren frío), pasta, harina o azúcar en la
nevera forma parte ya de otro capítulo: el del disparate. No hay ninguna
necesidad de hacerlo, salvo que nos hayamos vuelto definitivamente locos como
sospecho le ha ocurrido a la amiga de Vicente.
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